jueves, 10 de julio de 2008

Escrito I

– ¿qué camino debo tomar? – susurró
Se encontraba perdido, sin saber que ruta tomar. Simplemente se limitó a pensar sentado en una roca. Había caminado cientos de kilómetros desde el último pueblo, pese a ellos sus piernas no estaban cansadas, sus energías seguían intactas. Acostumbrado a recorrer grandes trayectos, esa distancia era mínima; pero no sabía que pasaba consigo mismo. Nunca dudaba en sus decisiones, aunque esta vez era distinto. Sentía miedo, no podía explicárselo, él no le temía a nada. Mataba hombres sin compasión, sus hachas no le permitían duda alguna, las criaturas le temían más a sus golpes descomunales que a la ira de los dioses.
– Tengo temor a equivocarme, temor a ya no ser capaz de ser yo – dijo mientras meditaba.
El tiempo transcurría, pero no tomaba decisión alguna. Las inclemencias del clima no le preocupaban. Tanto el frío como el calor le daban igual, su piel era tan fuerte como la de un elefante. Ni el hambre podía hacer que su semblante cambie. La mirada siempre fija al piso arenoso, su respiración lenta y pausa. Nada era capaz de quitarle esa intriga de la cabeza.
En la noche del cuarto día, durante unas horas tuvo alucinaciones, su mente divagó por los diversos lugares donde sus grebas se empolvaron. Las suplicas por piedad se volvían más fuertes, su mente no podía no contener tanto lamento. Los rostros de sus víctimas lo miraban con odio, las partes cercenadas de los cuerpos yacían regadas por el polvoriento suelo.
– ¡Esto no me puede estar pasando! Yo que he matado personas desde que me abandonaron en el bosque nunca he tenido remordimientos de mis actos.
¡Malditos dioses! me han maldecido – gritó consternado al salir del trance
Al sexto día se levantó, al parecer había encontrado las respuestas que buscaba. Recogió sus hachas del suelo, aún tenían rastros de sangre de la última batalla y se las puso en la espalda; levantó su inmenso casco y lo llevó en manos.
–Ya sé quien puede ayudarme, ojala no lo hayan matado los mercenarios de los bosques – dijo mientras se enrumbaba hacia el sur


El camino era precipitado, a los pocos días de camino había llegado a los alrededores del pantano de los perdidos, los moradores de las zonas aledañas lo llamaban así, puesto que muchas personas al pasar por dicho lugar eran absorbidas por criaturas horrendas y nunca más regresaban. Se decía que estas bestias eran antropófagas, no perdonaban a humano que pase por esos lares.
El olor fétido y nauseabundo era devastador, no había rastros de plantas y lo único verde en los alrededores era el color del agua empozada. El cielo era gris, las nubes de gran proporción dispuestas a mojar el fango. No existían animales, ni los cuervos se asomaban a disputar un pedazo de carne.
– Qué olor para mas desagradable, una docena de centauros huele mejor que estas aguas – pensó mientras caminaba
Su andar era lento, el lodo no le permitía dar pasos muy largos. La noche estaba por caer y aun no se deslumbraba el final de esos terrenos. Después de unas horas, los pocos rayos de sol desaparecieron, la luna intentaba apoderarse de los cielos; pero era tapada por las nubes. No encontraba la forma de encender un poco de fuego, ya que todas las ramas que encontraba estaban húmedas. La oscuridad era absoluta.
Se encontraba en medio del fango, sin referencia alguna. De pronto escucho como las aguas se movían, era muy raro pues no existía criatura viva.
– Algo o alguien me sigue, seguro se trata de esas criaturas de la que tanto hablan los pobladores, quieren usar la oscuridad como camuflaje – concluyó y soltó una leve sonrisa
Estaba decidido a terminar con esos seres en ese instante. Levanto sus brazos y los paso tras su cabeza, en cuestión de segundos sus filudas hachas, capaces de cortar arboles, eran sujetas por sus manos. Separó levemente las piernas para tener mayor estabilidad. Sentía como su cuerpo explotaba en energía, luchar era lo que más le apetecía.
– ¡Acércate bestia, hoy estoy de buen humor! – gritó
Detrás de él, a unos pasos, un zombi emergió de las aguas. Su figura era semejante a la de un cadáver en descomposición, sus ojos desorbitados y boca inclinada hacia la izquierda no presagiaba ser un gran rival, sin embargo poseía gran fuerza, ya que en vida fue un gran guerrero. Sin perder mayor tiempo se abalanzó contra el intruso, pero el muerto viviente cometió un gran error, las aguas anunciaron su embestida. Las feroces hachas eran contenidas por la gran espada del zombi, que mostraba gran destreza para el combate. Los ataques eran incesantes, las hachas desgarraban parte del muerto pero no provocaban daño alguno. El forcejeo para arremeter contra el rival era continuo, ambos se encontraban cara a cara mirándose desafiantemente.
Con un movimiento rápido, el muerto viviente esquivó el filo de un hacha y la lanzó a unos pasos de distancia. La lucha era entre un hacha y una espada. Al tener una mano libre por la perdida de una de sus armas decidió asaltarlo con gran fiereza. Un golpe era más veloz que el anterior, el zombi solo se prestaba a defenderse. Las fuerzas se le agotaban poco a poco. No le quedó más remedio que huir.
– ¡¿Crees que te vas a escapar?! – exclamó
El zombi buscaba aguas profundas para sumergirse, cuando de pronto un hacha se clavó en espalda y cayó.
Victorioso se acerco a recoger su hacha, secó los residuos viscosos del cuerpo putrefacto y guardó sus armas en la espalda.
– Creyó que podía huir el muy cobarde, soy capaz de dar muerte a un muerto – concluyó

No hay comentarios: