sábado, 14 de junio de 2008

¡Al ataque Tigres de Mompracem!



—¡Es ya medianoche —murmuró— y todavía no vuelve!
Abrió la puerta, caminó con paso firme por entre las trincheras y se detuvo al borde de la gran roca, en cuya base rugía el mar. Permaneció allí durante algunos instantes con los brazos cruzados; al rato se retiró y volvió a entrar en la casa.
—¡Qué contraste! —exclamó—. ¡Fuera el huracán y yo acá dentro! ¿Cuál de las dos tempestades es más terrible?
Se quedó un rato escuchando por la puerta entreabierta, y por fin salió a toda prisa hacia el extremo de la roca.
A la rápida claridad de un relámpago vio un barco pequeño con las velas casi amainadas, que entraba en la bahía.
—¡Es él! —murmuró emocionado—. Ya era tiempo. Cinco minutos después, un hombre envuelto en una capa que estilaba se le acercó.
—¡Yáñez! —dijo el del turbante, abrazándolo.
—¡Sandokán! —exclamó el recién llegado, con marcadísimo acento extranjero—. ¡Qué noche infernal, hermano mío!


El gran Sandokán a pesar de ser un guerrero de gran valentía, nada que envidiarle al Rey Arturo, Genghis Khan o Barbarroja; siempre necesitó de sus amigos para lograr sus hazañas. En especial de su hermano de combate, Yañez, como él suele llamarle. Ambos se complementan a la perfección, Sandokán o el Tigre de Malasia siempre calculador, aunque recurrente de la fuerza muy a menudo. Mientras que Yañez, conservando su elegancia europea, siempre tiene la estrategia preparada para salir bien librado de los embrollos en los cuales se meten.
Recuerdo claramente cuando estos personajes se metieron en una estufa inmensa para despistar a sus perseguidores. Yañez como de costumbre no dejaba de hacer bromas, quizá era una forma de amilanar la tensión del momento, el Tigre de Malasia, por el contrario solo se limitaba a sonreír de las ocurrencias del portugués. Nuestros héroes temían ser abrazados por el fogón que algún despistado encendiera. Como de costumbre ambos a punta de cimitarras, armas que ya conocían la sangre, aniquilaron a sus oponentes en cuestión de minutos. La certeza de sus golpes era semejante a la habilidad con las carabinas.
No me imagino este dueto sin alguno de sus integrantes. Ambos son temidos por toda la armada inglesa y sus hazañas son relatadas como leyendas símiles a la de Poseidón o Aquiles.
Muchos de nosotros, por no decir todos tenemos un Yañez que nos hace reír en los momentos que menos lo imaginamos o está cuando realizamos alguna aventura.
Yo pude constatar esto y créanme, tengo más de un "Yañez"; cada uno a su estilo, pero al fin o al cabo sé que están dispuestos a ir conmigo a conquistar algún imperio o simplemente tomar un vaso de ron.

1 comentario:

Juanchi dijo...

ese tipo de obras son bien interesantes, me dan ganas de leer xD